miércoles, 8 de febrero de 2012

DICIEMBRE Y ENERO, MESES DEL CUENTO EN LA BIBLIOTECA

EL HIJO DEL REY ( Cuento marroquí)

Érase una vez un rey que tenía tres mujeres y todas le daban solamente hijas. Este rey tomó otra esposa con la que por fin tuvo un hijo varón, con lo que se sintió muy feliz. Las primeras esposas, envidiosas, decidieron deshacerse de la mujer y del hijo para recuperar el afecto del rey de manera que tramaron un plan. Una noche, cuando todos dormían, le cortaron un dedo al niño, untaron la boca de su madre con la sangre y a él le hicieron desaparecer llevándolo lejos con otra familia. Cuando despertaron le dijeron al rey que la cuarta esposa se había comido al hijo y que merecía ser repudiada por ello, lo que así se hizo. El niño por su parte fue creciendo, y ya hecho un hombrecito le contaron su historia y le animaron a buscar a su verdadera madre. Emprendió el camino acompañado por su perro de caza y un lobo al que logró atrapar. Así fue de pueblo en pueblo y todos al pasar le decían que cómo era posible que fueran juntos un perro de caza y un lobo. Él siempre respondía que tampoco era posible que una madre se comiera a su hijo. Por fin llegó a su ciudad natal y localizó a su madre. Ella vivía apenada pensando que en verdad había devorado a su hijo, pero él le preguntó si sería capaz de reconocerlo si lo viera. El chico se quitó la gorra y quedaron al descubierto unas marcas de nacimiento inequívocas de su filiación. Así también ocurrió con su padre quien organizó una fiesta enorme por la familia recobrada. Para las malvadas esposas también hubo un castigo: atadas a dos camellos, fueron descuartizadas en pago de su crueldad.
YOUSSEF ABOUZAHR

LAS DOS HIJAS ( Cuento rumano)

Había una vez un padre que tenía dos hijas. Un día, para probarlas, decidió enviarlas a hacer un encargo, primero una y luego la otra. Partió la primera, Dulcinda, quien por el camino se encontró con un pozo que le pidió que se acercara y le limpiara la maleza del borde para que la gente pudiera sacar agua. La chica accedió y a cambio recibió unas monedas de oro. Siguió caminando y se encontró un peral que le pidió que le quitara unas orugas que roían los frutos. Dulcinda así lo hizo y a cambio recibió tres suculentas peras. Cansada de tanto andar, decidió buscar cobijo y vio una cabaña que le pareció el lugar adecuado. Resultó que allí vivía una misteriosa mujer con su hijo que solicitó de la chica un favor: quedarse allí un día a cuidar al niño mientras ella hacía un viaje urgente. Dulcinda así lo hizo y en pago recibió una caja que sólo podría abrir cuando llegara a casa de sus padres.
Su hermana, Amarguinda, también salió de la casa paterna con el mismo encargo y por el camino también se encontró con el pozo y el peral, quienes solicitaron su ayuda, pero ella rehusó, bajo pretexto de estar muy ocupada. Llegó al bosque y buscó alojamiento en la cabaña, pero no quiso cuidar al niño de la mujer misteriosa. Recibió una caja similar a la de su hermana y con la misma indicación: no la podría abrir hasta que no llegara a casa de sus padres. Por fin llegó el momento de dar cuenta de su viaje ante el padre, primero Dulcinda y luego Amarguinda, y también el momento de abrir las cajas. La abrió Dulcinda y aparecieron tesoros inagotables por la bondad que había demostrado. La abrió Amarguinda y aparecieron alimañas sin fin que se la comieron por el egoísmo que había demostrado también. 
FLORIN VASILE

AÑAÑUCA (Cuento chileno)
Añañuca era una joven que vivía en Monte Patria, un pueblito cercano al río Limarí. Entonces se llamaba Monte Rey porque aún estaba bajo dominio español. La hermosa Añañuca atraía la admiración de los jóvenes del pueblo. Ninguno había podido conquistarla. Un día llegó un buenmozo y enigmático minero que buscaba una veta de oro muy codiciada. Al ver a Añañuca se enamoró de ella y se quedó a vivir en Monte Rey. Y fue correspondido. Una noche el minero tuvo un sueño inquietante. Se le apareció un duende de la montaña que de reveló el lugar preciso donde estaba la veta de la mina que lo tenía obsesionado. Sin vacilar partió en su búsqueda, dejando a Añañuca con la promesa de que volvería.

Añañuca esperó día tras día, pero su enamorado no regresó. El espejismo se lo había tragado. La tristeza se instaló en Añañuca y fue muriendo de amor, desconsolada. La gente de Monte Rey la lloró y enterró un día de lluvia. Al otro día, el sol calentó el valle y se llenó de hermosas flores rojas, que en honor de la joven fueron llamadas Añañuca. La flor crece hasta hoy entre Copiapó y el valle de Quilimarí y, después que el cielo llora, la pampa se convierte en el maravilloso desierto florido.
CARLA FIGUEROA